Las primeras oleadas de humo las sacude el viento, sin dirección. Alguien entrecierra los ojos y dispone su antebrazo para protegerse, como un superhéroe del folklore dominguero. El carbón chispea y el director técnico de todo este asunto sonríe, mientras hace danzar los hielos en su vaso colmado de expectativas.
En el interior de la casa hay movimiento. Preparaciones. Confirmaciones de último momento. Se agrega otra mesita en la punta. Alguien suma unos banquitos apilables. El lugar no se tiene, se hace.
El proyecto de Lobos está constituido desde este espíritu tan nuestro. Siempre hay un lugar más en la mesa del domingo. Y siempre hay un poco más de espacio para construir la vida.
En pocos metros, se resuelve una gran obra. Donde los niveles no se superponen, sino que se suceden. Como los tiempos del domingo, que arrancan con una picadita y terminan con el gran banquete.
Este proyecto está pensado desde el disfrute y la historia. Un nuevo hogar, en el barrio de toda la vida.
Lo esencial de esta casa se dispone en los primeros pisos. La vida y el trabajo tienen lugar bajo el mismo techo, pero sin solaparse. Como esos cortes que va trayendo el asador y se van disfrutando, uno a la vez.
Al final, cuando parecía que ya no había lugar para más nada, el postre. El tercer piso dispuesto para el disfrute. Un espacio integrado y, a la vez, aislado de toda interacción cotidiana. Donde lo lúdico y el confort son los protagonistas.
La casa de Lobos es la integración de todos los elementos valiosos de la vida. Y la certeza de que, en un mismo lugar, pueden suceder todas las cosas.