POR DENTRO

DE LA TIERRA

01/08/24

Es temprano por la mañana. No hace mucho frío, aunque hoy comience el mes de agosto. Ya es de día, pero todavía no vemos el sol. En un rincón de nuestro jardín, lejos del espectáculo que constituyen unas montañas de fondo, hacemos un círculo improvisado y miramos al suelo. Nuestras hijas sostienen el sueño acumulado por la vida escolar y un puñado de semillas, yerba y polenta que sujetan con convicción. Para nosotros, una medida de caña con ruda.

Les contamos brevemente por qué lo estamos haciendo y volcamos sobre la tierra lo que simbolizamos como ofrenda. El trago de caña nos impacta de lleno en el interior de nuestra boca, y va surcando su recorrido como si nos estuviera trazando el camino con fuego. El suspiro carraspea desde la garganta y sonreímos o nos despertamos de golpe. El registro, al final, tiene cierto dulzor.  

Este ritual nos vale como pequeña adaptación urbana a lo que, sabemos, sucede en las Tierras Andinas. Desde allí, tan lejos de nuestra porción de pasto, la metáfora de la tierra nombrada “madre” se opone a la noción de recurso y nos interpela. El vínculo de las personas con la naturaleza, queda así comprendido sobre los principios de complementariedad, correspondencia y reciprocidad. Es un modo de habitar este planeta, que se ha ido difuminando de nuestra memoria colectiva citadina.

En la vida cotidiana, tenemos la posibilidad de honrar a la tierra sin necesidad de aprender rituales, ni sorber algún licorcito.

Podemos ser parte de este mundo sosteniendo prácticas que contemplen que la madre-tierra es algo más grande que nuestra existencia.

Que no se trata de un bien, que podamos explotar. Que no implica, solamente, devolver lo que nos da, como ofrenda. Eso se lo podemos dejar al ritual. Sino que el planeta que habitamos, necesita de nuestra responsabilidad, para mantener un equilibrio.

Cuando construimos una casa, buscamos perpetuar este equilibrio. Buscamos que los materiales se fundan con el entorno. Que la ecuación entre gasto y consumo sea eficiente. Que perdure en el tiempo. Como las huellas de la infancia. Que retomamos como valor, cuando crecemos, y nos permiten darle un nuevo sentido a lo vivido.

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